Me acuerdo de cuando era chica y festejaban mi cumpleaños. Y yo corría por las montañas de allá y había mucha tierra mucha tierra mucha tierra y muchos árboles verde oscuro. Y todo el mundo era de allá. Aquí todo el mundo es de otro lado. Es una pena. Comíamos unas empanadas muy chiquititas y llenas de jugo y fritas. Empanadas de pata abierta, porque había que comerlas así para no macharse con el jugo rojo. Y en invierno hacía frío y en verano hacía calor. Los domingos íbamos a misa y mi mamá me ponía linda y se ponía linda ella. Y a la tarde íbamos a la plaza que era un cuadrado con juegos en donde todo el mundo estaba contento o tranquilo. A veces me llevaba a mi gata, que se llamaba Otoño porque tenía todos los colores de las hojas secas. Mi mamá me decía que Otoño era nombre de varón, pero para mí Otoño es de mujer, aunque termine en “o” como “Rosario”. Que hay gente que se llama así. “Rosario”, “Olvido”. Esos son nombres de mujer. Otoño murió pronto, pobre bicho. Creo que se murió de gorda. De empanadas. La encontramos hinchada como un globo, con los ojos abiertos y la lengua chiquita y seca y dura afuera. Mamá dijo que fue mi culpa. Que un gato tiene que comer cosas de gato y que las empanadas son para los tucumanos. Bah, para los humanos en general. Pero yo no soy tonta y he visto a mi abuela darle guiso a su perra. Y la perra vivió más que ella y ella vivió 99 años.
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